«Seguíamos cogidos de la mano cuando entramos en el gran vestíbulo, donde había unos cuantos alumnos haciendo tiempo entre clases. Noté su mirada clavada en nosotros, hambrienta y ávida; estaban tan sedientos de chismes nuevos como de sangre. Al pie de las escaleras que conducían a los dormitorios de las chicas, Balthazar se inclinó y me besó en la mejilla. Noté sus labios frescos ...
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