Probablemente dios ha muerto, pero sin duda el diablo existe. Lo sabemos porque su séquito --todas esas criaturas viscosas de la noche, los muertos que traman venganzas en sus tumbas, las lágrimas de sangre, los peluches que cobran vida-- prospera con una naturalidad apabullante en los suburbios de las ciudades, en los poblachones sin presente y en los campos atávicos de Hungría, mezclándose con ...
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