En los tiempos en los que el honor definía la reputación de un individuo, la ley no bastaba para restaurar la dignidad humillada. Difamaciones, injurias, calumnias o simples rumores escritos en un periódico, pronunciados en un café, en la intimidad de una tertulia e, incluso, voceados en el Congreso obligaban a los varones del siglo XIX a reaccionar de forma agresiva. El periodista y ...
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