Imposible liberarse de la invasión de la lengua, esa materia laboriosamente aprehendida desde la infancia. Imposible comulgar con las cosas, porque las cosas no son sino las palabras con las que aprendimos a designarlas, cuando todavía no tenían un nombre. Se comulga con la lengua que nombra las cosas. Y solo con la lengua escrita, objetivada como un silencio nuevo, se alcanza a entrever, ...
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