El último, quizás, de los Antiguos y uno de los primeros entre los Modernos, Leibniz (1646-1716) concibió arriesgadamente el universo, y la ciencia que lo describe, como una explanada infinita, aquella ciudad simbólica, llena de calles y de plazas, desde las que se puede salir y a las que se puede acceder desde cualquier rincón, una ciudad bulliciosa, poliédrica, poblada de vibraciones, resonancias y ...
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