Si el culto moderno a la velocidad consagró la técnica como adelantada de un promisorio porvenir y alumbró la primera vanguardia, el futurismo, el nuevo siglo parece habernos sumido en un desalentador presentismo, un presente embriagado de presente incapaz de anticipar el mañana. La expansión del consumo, con sus ritmos cada vez más acelerados de producción y obsolescencia, y la revolución digital, con sus ...
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