Roma es la ambición a voces del delicuescente cardenal Álvaro Pirelli, pero su mandato púrpura tiene principio y fin en la imaginaria Clemenza, claro trasunto de Sevilla. Sólo allí se atavía a la Virgen «como para asistir a los toros», se da el mercadeo más audaz de misas entre la Catedral y la Maestranza y se compite por ofrecerlas a la seguridad del torero ...
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