Pasamos por las cosas sin habitarlas, hablamos con los demás sin escucharlos, acumulamos información en la que no llegaremos a profundizar. Todo transcurre a un galope ruidoso, vehemente y efímero. La velocidad a la que vivimos nos impide vivir. Precisamos de una lentitud que nos proteja de las precipitaciones mecánicas, de los gestos ciegamente compulsivos, de las palabras repetidas y banales. Necesitamos reaprender el ...
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